El objetivo era conseguir un lugar, no solo un hito reconocible. Crear de la nada un entorno equivalente a seis campos de fútbol y compartir con el edificio el protagonismo de su integración urbana.
El proyecto surgió como una suma de evocaciones del paisaje: los farallones, los callejones, los lapiaces, formas de un kars al que tanto debe la ciudad, y entre el homenaje a uno y la deuda a la otra, el edificio se hizo invisible desde la naturaleza y simbólico desde la ciudad, con sus grandes ventanales-imagen de vidrio sin carpintería de 100 m² cada uno.
El edificio, formado por cuatro piezas con cierta autonomía formal y funcional se relaciona con el parque a través de diferentes recorridos coincidentes con los niveles interiores. El agua y la vegetación entran también en el interior y la geometría pétrea coloniza y moldea el entorno edificado.
Las fachadas de doble piel de vidrio, bioclimáticas, con una familia de instalaciones estructuras, celosías y tamices, tienen casi un metro de espesor, de manera que la totalidad de la exposición puede contenerse en la piel, y se acomodan al uso en invierno o verano.
El acceso se produce bajo el gran voladizo del auditorio. Las cubiertas, convertidas en plataformas que se pueden recorrer, trasladan al espectador a un interior luminoso. Un interior donde al anochecer recorren la fachada imágenes e historias de faunas y floras.


No hay comentarios:
Publicar un comentario